Otra vez dejando de lado mi blog. Me carga no tener suficiente tiempo ahora, no sé ni porqué existe el colegio, porque además de aprender historia y filosofía (lo que podría hacer en mi casa), no me sirve para nada más que amargarme la vida y sentirme cada día más anti-social. A veces me da rabia no llegar a la sala y saludar a medio mundo, comentarles de esto y lo otro, reírme y que me pidan colación o algo así. La gente siempre ha pensado lo contrario, pero la verdad es que no quise quedarme fuera. Sucedió sin que me diera cuenta.
Opino que me estoy volviendo vieja, me gustaba escuchar esa canción de la
colegiala y reírme un poco al imaginarme con un viejo verde (eww, es broma, es un recurso estúpido para que usted se ría), pronto dejaré de ser parte de ese grupo que lucha con los micreros -aunque ya no tanto- y mi papá dice que me vestiré con ropa americana porque así son los universitarios. Yo no le creo nada, pero cuando se trata de ahorro mi papá es un genio en inventar subculturas y movimientos urbanos que nunca han existido. Llevo un mes en el colegio y siento que he escuchado la combinación
P+
S+
U más de quinientas veces, ya dí las famosas pruebas de diagnóstico -esas que hacen sentir grande e importante-, y hace rato que levanté mi manito y le dije adiós a la Universidad Católica a la que siempre quise entrar (y no vivo más allá de Plaza Italia, no me mire feo). Siento que la adolescencia se pierde en fragmentos que quedan rezagados en ciertas acciones, dichos o pensamientos y el primer trocito de mi pseudo-vida-adolescente se escapó cuando firmé -por una cuestión más que nada simbólica- ese contrato con un preuniversatario y mi papá me miró con cara ad-hok de una reunión sagrada.
'Espero que esto tenga sentido', me dijo y yo sonreí intentando amortiguar un poco la situación. Si no es para tanto. Aunque eso ni yo me lo creo, porque vivo pensando en el día en que un par de hojitas y círculos pintados definan mi vida por un año. La idea de fracasar, debo asumirlo, aunque me traten de histérica en los comentarios, muchachos: me a-te-rro-ri-za.
¿En qué momento exacto se deja de '
adolescer'? Porque para mí los universitarios son jó-ve-nes. Adolescencia me huele a colegio, recreos, pololeos frustrados, peleas con las amigas y rojos en química. Al carajo el límite de edad, si todos sabemos aquí que si fuera por los psicólogos la adolescencia terminaría a los 50, hay un asunto de lucro que a mí nadie me va a negar. Pero me da pena y un poco de flojera dejar de ser adolescente y pensar que ahora, precisamente ahora, tendré que hacerme cargos de los errores cometidos y no habrá nadie que diga
"Déjala, es la edad". Además, es divertido que nos encierren en un grupo de gente que supuestamente actúa sistemáticamente y debe ser comprendida. Súmele el tono de voz compasivo, cuando los que dan lástima pensando de un modo tan retrógrado son ellos. Pero no hay que ser leso, tenemos que aprovechar las ventajas de esa pseudo-enfermedad que tan fácilmente se nos asigna. Mientras el período dure, porque esto es como un recreo entre la niñez y la juventud. Un recreo bien largo que algunos disfrutan más que otros.
A mí me entretiene decir que tengo 16 años e interactuar con gente adulta que nos tiene estereotipados de una manera tan trágica. Me parece cómico que me digan que soy madura y pensante cuando no es algo digno de celebrar, que me alaben por juntar dos palabras y hacer uso correcto de los conectores -a veces- y que me auspicien un buen futuro porque yo siempre pienso que soy bien pelotuda y no me sorprendería si un gitana se me acercara, me robara alguna joya que no tengo y me dijera que voy a terminar siendo profe de matemáticas. Aunque es un ejemplo, eso sí. Bien extremo, por lo demás. Pero al estilo de los profes (y es que me encanta citar las frases top top top de la gente):
yo sé que ustedes me entienden.
Así que si usted es adulto, aunque comprendo que este discurso está más repetido que cazuela de pollo en mi casa:
deje de subestimarnos. Que harto que nos cuesta captar que tenemos neuronitas y a veces nos gusta olvidarlo un poco, pero en el fondo somos buenos cabros. Y no nos comemos a los padres, ni hacemos ritos con caras de profes en la hoguera. Nos gusta pintar el mono a veces, defender nuestro rol de niños-adultos cuando la situación lo amerite y simular que ciertas cosas nos dan lo mismo, pero en realidad no somos indiferentes a los castigos, aunque esto es un secreto que usted, señor, que por alguna razón aún me lee, no le contará a mis papitos.
La mejor receta para entender a su cabrito adolescente: un par de viajes en el tiempo -para algo existe la memoria, señores-, unas cuantas dósis de
comprensyl, un análisis profundo a los términos más usados de nuestro pseudo-léxico -pero decente sí, pues-. Un dato: acuda al profe de inglés más cercano si aún no aprende a decir heavy correctamente. Y deje de creer que no es normal que un adolescente no escuche reaggetón, ese es un error garrafal e imperdonable.-